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Artículo de Victor Flores Olea

La batalla de Pemex
Víctor Flores Olea

15 de febrero de 2008

Está en su punto más alto la discusión sobre el estatus del petróleo en México: aquellos que consideran necesario abrir la puerta ancha al capital privado para que Pemex se sostenga, renueve y desarrolle, y aquellos que sostienen que Pemex cuenta ya con los recursos necesarios para realizar plenamente sus funciones presentes y futuras y, entonces, que no debe perder su situación de empresa pública nacional, eso sí, bajo otros supuestos de existencia. El primero sería que no sea literalmente esquilmada por el fisco, al cual está obligada a entregar más de 80% de sus ingresos. La cuestión se ha convertido en tema de un rudo debate nacional porque los “privatizadores” de Pemex desearían que el país se ajustara plenamente a los intereses de los grandes consorcios y aparatos financieros del mundo globalizado, que han convertido a nuestra sociedad, y a la de todas partes, en un campo en el que sólo cuenta el modo de comprar y vender, deshumanizándola y haciéndola pasto exclusivo de intereses y utilidades. El mundo como lonja y feria en que nada cuenta sino el lucro y el provecho. La discusión se ha redoblado porque México tiene además ya la experiencia perversa de otras “privatizaciones”, como la de la banca, para no ir más lejos, que comienza siendo para nacionales y termina extranjerizándose. Y lo que es peor: con pésimos servicios y a costos mucho más caros que cuando estaba en manos de la nación. La reacción en contra de los “privatizadores” ha sido áspera porque su propósito final ha sido además burdamente manipulado. En México, los aparatos publicitarios, en confabulación evidente con los intereses privados nacionales e internacionales, han concertado una campaña montada sobre falsedades y desinformación que se repite sin cesar. La principal mentira: no se trata de “privatizar” sino de otorgarle a Pemex nuevos recursos, privados evidentemente, necesarios para su función. La mentira de la campaña salta a la vista porque es claro que Pemex cuenta con ingresos suficientes para cumplir con sus fines de desarrollo; siendo también claro que desde hace dos o tres décadas se despoja a Pemex de su patrimonio, como si se hubiera programado con anticipación llevarla a una crisis que haga creíble el argumento de su “privatización” (aunque se disfrace el hecho con otros términos). La principal mentira de la campaña ha sido la de ocultar la “privatización” real que se persigue, en vista de que Pemex ha sido durante décadas el símbolo más eficaz no sólo de la unidad nacional-popular de los mexicanos, sino la marca misma de la existencia de la nación como viable y soberana. La película, como algunos han dicho, es bien conocida porque ha sido ya ensayada en otros campos y países, incluso en México con los ferrocarriles: hacer quebrar a las empresas nacionales para malbaratarlas al mejor postor, casi sin excepción consorcios extranjeros. Pero además la batalla de Pemex ha servido para desnudar al gobierno de Felipe Calderón, y para hacer evidente su dócil subordinación a intereses económicos de dentro y fuera. Desnudar su idea matriz de que la salud de la nación vendrá del capital, de aquí y allá, y no de la vida esperanzada de una nación integrada por mexicanos con futuro. El drama es que su destino personal no es sólo subjetivo sino que puede ser el drama de la nación entera. La calamidad es que la mayoría de los mexicanos está convencida de que su principal objetivo al ocupar tan discutidamente la silla del jefe del Ejecutivo es precisamente desnacionalizar los energéticos del país, y en primer lugar Pemex. Pudiera ser que no necesariamente se privatice en la forma Pemex, pero sí se privatizarán sus ganancias, que hoy son enormes en vista de los precios internacionales del petróleo. Los inmensos ingresos de Pemex que actualmente van a las arcas del gobierno, y que no se han utilizado seriamente para el desarrollo del país, irían a los bolsillos de los privados, de dentro y fuera, a los que se encargaría la gestión de la empresa. Pero sabemos bien que con el actual saqueo no hay empresa que resista: por eso decimos que se ha montado un escenario antinacional, antimexicano y antisoberanía en que el fracaso de Pemex exige su desnacionalización y privatización. Ya se opina que para evitar ese atentado es necesaria la movilización popular y la presión unida de los mexicanos.

Lo que no han visto Felipe Calderón y asociados es que la operación que traen entre manos induciría a una explosión social de magnitud incalculable. Y a una situación política insostenible, más sumada a los problemas de injusticia social y económica que definen al país. La tumba histórica de Fox fue su intento de desafuero y su abierta intervención en la última elección. La de Felipe Calderón sería este intento, disfrazado o no, de privatizar Pemex y los energéticos. Lo que está en juego es la posibilidad misma de México como país independiente y soberano: la existencia misma de la nación.

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