Carta leida en el mitin afuera de Expo-Reforma
Conciudadanos!
Y al decir esto, me refiero tanto a los que estamos aquí afuera como a los que están allá adentro. Pero entonces ¿acaso no debiera decir también correligionarios? Porque ¿acaso no estamos todos, los de aquí afuera y los de allá adentro, del mismo lado? Nosotros tenemos la convicción de que así debe ser y en ese tenor presentamos las palabras que siguen:
Les hablo por honroso encargo de los Círculos de Estudios y de las Redes Universitarias; pero debo decir también que, en general, les hablo por boca de cientos de miles de mexicanos, si no es que ya de millones, que estamos incorporados, más que a un partido, a un movimiento político de verdadero alcance histórico, inédito sin duda ninguna y de un arrastre que podemos definir con una sola palabra: imparable. Porque a esto ya nadie lo detiene. Me refiero, como sabemos, al movimiento organizado en torno de la Convención Nacional Democrática y el Gobierno Legítimo, plataforma en donde, nos parece, están dibujadas las líneas maestras que definen el verdadero derrotero histórico para la reconstrucción nacional de México. Y estamos aquí porque consideramos que hacerlo es necesario, y, por tanto, porque somos libres, pues la libertad no es otra cosa que la consciencia de la necesidad.
Nos hemos movilizado hoy para manifestar, no sólo nuestra preocupación, sino nuestro asombro –a unos cuantos pasos ya de la indignación- por lo que en estos momentos acontece en lo relativo a la propuesta de Reforma Fiscal del gobierno espurio e ilegítimo del no menos espurio e ilegítimo Felipe Calderón.
Y nos parece que esta preocupación y este asombro, se traducen en el extrañamiento provocado cuando advertimos una cierta ambigüedad –y digo esto con el más alto respeto, pero no por ello sin firmeza-, con la que algunos legisladores y líderes del PRD –partido por el que todos estos millones de mexicanos votamos y pieza clave en la lucha por la transformación de México- se han venido conduciendo. Una ambigüedad que luego se busca encubrir y justificar con la típica retórica ramplona del “diálogo democrático”, la “negociación democrática”, “la actitud democrática”, “la tolerancia democrática”, “la pluralidad democrática”, “la apertura democrática”, “el reformismo democrático” y “la institucionalidad democrática”. Frases todas ellas carentes de contenido y sentido político objetivo, y que no hacen otra cosa que producir confusión e incertidumbre en momentos de definiciones fundamentales como este.
Porque nosotros nos preguntamos: ¿qué sentido puede tener “negociar democráticamente” con un gobierno usurpador?; ¿qué sentido puede tener el reunirse con un presidente espurio e ilegítimo para “dialogar democráticamente” sobre su Reforma Fiscal? ¿Qué necesidad hay de ello? ¿Acaso se han olvidado ya del modo en el que ese pobre hombre y analfabeta político, Vicente Fox, los miraba con desdén, sorna y desprecio desde la tribuna legislativa, al lado de Calderón, cuando por la puerta trasera tomó éste posesión de su cargo, dejando una postal vergonzosa para la historia de México? ¿Acaso se olvidaron ya de la pusilanimidad del régimen de Fox, “el analfabeta político”, desde la que, en sus propias palabras, al final de cuentas lograron su propósito: frenar a como diera lugar a López Obrador, un peligro para México? Nosotros, por nuestra parte, no lo hemos olvidado.
Y que no nos vengan ahora con análisis que, desde un pretendido rigor intelectual, desembocan “tras profundísimas reflexiones académicas”, en la peregrina ocurrencia de que López Obrador se equivocó al haber dicho “cállate chachalaca”; o con las crónicas de periodistas de banqueta que, desde una pequeñez intelectual y un cretinismo político galopantes, plantean que, en algún momento, de los labios de López Obrador salió la palabra “perdí”, de modo tal que lo que vino después se fundamentaba en una mentira. Como si el no haber dicho “cállate chachalaca” hubiera cambiado demasiado el curso de los acontecimientos –y en todo caso, ¿qué más da seguir hablando de eso en estos momentos?-; y como si las decisiones políticas, en los momentos decisivos, no estuvieran envueltas en procesos y dinámicas de una complejidad muchísimo mayor que la que puede encontrarse en una pifia o cuando se emite, acaso sin pensarlo demasiado, una opinión.
No, nosotros consideramos tener, en su perspectiva más general, muy claro el panorama. Estamos ante un gobierno sin legitimidad política y, sobre todo, sin legitimidad histórica, y ya no vamos a dar marcha atrás, ni nos interesa negociar, como en otro momento se hizo. Porque en este gobierno se resume la tradición del conservadurismo y la reacción doctrinaria más irracional, revestidos con la viscosa y confusa retórica democrática, y articulado con los grandes intereses económicos, financieros, corruptos y mafiosos, con la escoria del régimen del PRI -sobre todo los que han acumulado su riqueza a la sombra del poder político-, y que, desde un vil desprecio de clase, y desde un oportunismo nefasto y mediocre, se ha organizado históricamente para saquear al pueblo de México y sumirlo en la pobreza más abyecta; para desmantelar al Estado nacional; para producir una simpática, alegre y refinada minoría de multimillonarios y una gris y mediocre, pero no menos millonaria, clase política; para vender nuestros recursos estratégicos y geopolíticos, siguiendo supuestos “criterios técnicos”, al mejor postor, y para debilitar, en definitiva, nuestra soberanía.
Y aquí no se trata de ser de “izquierda moderna”, como no se cansan de decirnos los supuestos nuevos intelectuales orgánicos de esa pretendida izquierda moderna, tolerante, democrática y negociadora. Aunque tampoco se trata, tengamos esto bien claro, de un “infantil radicalismo de izquierda”.
No, nos parece que este no es un problema de forma o de actitudes, sino de contenidos políticos fundamentales en torno de los que es preciso definirse: se trata de un antagonismo histórico que viene gestándose desde hace poco menos de 30 años. Se trata de la posibilidad de, por lo pronto, frenar el desmantelamiento del Estado nacional que se viene orquestando siguiendo los criterios del neoliberalismo tecnocrático. Se trata de reactivar la economía nacional y popular en beneficio del pueblo. Se trata, en definitiva, de la capacidad o incapacidad política para incidir en el curso de la historia y de decidir cuál es la ruta más idónea para ello, por lo menos para los próximos 30 o 50 años. Ese es el horizonte político de nuestra lucha. Y esa es la razón por la que estamos aquí.
Creemos que negociar la Reforma Fiscal del gobierno usurpador no es un problema solamente de “políticas públicas”, de “cuestiones técnicas” o de “reuniones de comisión”; es un problema político, de definiciones ideológicas de largo alcance y de implicaciones históricas decisivas, pues en nuestras manos está el hipotecar, o no, el futuro de México como nación libre y soberana: porque la Reforma Fiscal del gobierno usurpador, a nuestro juicio, no es más que el preámbulo de la Reforma Energética y de PEMEX, piedra de toque, en buena medida, del antagonismo fundamental que define la crisis orgánica que vivimos.
Pedimos respetuosamente a congresistas y líderes del Partido de la Revolución Democrática, a nuestros correligionarios, efectivamente, a no transigir en momentos de tan alta relevancia histórica para el país. Pedimos que mantengan la firmeza y la fortaleza de la que históricamente somos herederos.
El Gobierno Legítimo, por voz de su Secretario de Hacienda Pública, Mario Di Costanzo, y a través del Frente Amplio Progresista, puso sobre la mesa desde abril del año en curso su propuesta de reforma fiscal. No se trata de estar diciéndole que no a todo. Nuestra propuesta está a la vista de todos. Ciñámonos a ella.
No hay nada más grande para los hombres libres que vivir conscientemente una gran época. No perdamos la claridad respecto de lo que hoy, al tiempo de vivirlo, conscientemente protagonizamos.
Muchas gracias.
Ismael Carvallo Robledo
Ateneo Los días terrenales
Ciudad de México
Julio 7 de 2007
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